Illas, uno de los concejos que conforman la Comarca de Avilés, es uno de los más desconocidos del Principado. Y no lo será por su privilegiada ubicación, en pleno centro de Asturias, a pocos kilómetros de la costa -con ubicaciones cercanas tan singulares como la playa de Salinas o la mina de Arnao- así como la propia ciudad de Avilés.
También cuenta con un patrimonio artístico, etnográfico y cultural más que reseñable. Rodeado de bosques que invitan a la desconexión, Illas es un refugio que no te puedes perder. Y nada como descubrir a través de una de las rutas más fáciles, aptas para toda la familia y sin apenas desnivel del centro de Asturias: su ruta de los molinos.

Apta para toda la familia y para nuestros "peludos"
Aunque esta ruta, la PR.AS-155, puede iniciarse desde la capital del concejo, Callezuela, nosotros lo hacemos desde el antiguo albergue de peregrinos del municipio.
En un pequeño rincón en el arcén, y al lado de un pequeño manantial que brota a los pies del pico Gorfolí, comenzamos por un tramo de carretera que nos lleva a ver los primeros molinos a medida que avanzamos. A mano derecha, la capilla de San Bartolomé servirá como referencia a un día entre bosques mágicos y arroyos de aguas cristalinas.

En el cruce, continuamos hacia la izquierda, sin salirnos de la carretera. No es una carretera muy transitada pero debemos andar con precaución por el margen izquierdo. En este mismo lado, y pasamos las pequeñas aldeas de la zona, vemos alguno de los primeros molinos, en buen estado de conservación, como el molino de la Vega.

En el siguiente cruce, y junto a un restaurante de asados, el arroyo Rosico se junta con el Llaín. Antes de hacer frontera con el concejo de Corvera -y el canal del Narcea- nos adentramos al bosque de ribera que se encuentra a nuestra izquierda.

El llaneo es parte fundamental de esta ruta, donde abunda la vegetación exuberante pero que cuenta con una calzada en perfecto estado. Los puentes que jalonan la ruta, entre pequeños bosques de eucaliptos, también se encuentran en perfecto estado.


En algún claro del bosque, y con el rumor del arroyo -que baja caudaloso de la sierra cercana- encontramos un paraje bucólico que invita a volar la imaginación. Un rincón perfecto para reponer energías disfrutando de algunos productos típicos de la zona, como la longaniza de Avilés o los sabrosos quesos de La Peral o Gorfolí.

La penumbra del bosque, que irradia humedad, nos acerca hasta el que es uno de los molinos mejor conservados de toda la ruta: el de Velasco. Aunque actualmente se encuentra en labores de restauración, es posible ver las ruedas en su parte inferior y pasear por la canal que traía el agua.
Muy cerca, además, contamos con una preciosa poza que invita a descansar nuestros pies en el frío agua.


Podemos avanzar hacia Callezuela y deshacer el camino desde ahí por la carretera, aunque serían bastantes kilómetros. Otra opción, es dar la vuelta y así realizar la senda de manera lineal.
Si queremos hacerla circular, lo mejor es no dejar el coche frente a la ermita de San Bartolomé y, unos metros antes, hacer parada en La Cortina, muy cerca de la aldea de Taborneda.

Ruta muy sencilla, perfecta para descubrir un paraje único que, en otoño, potencia -aún más- sus colores. Unos ocho kilómetros en total, que no conllevan ninguna dificultad y sin peligro. Paisajes poco conocidos, donde apenas nos encontraremos senderistas y que tienen como punto final el entorno de Callezuela, conocido por su buena gastronomía y con los chigres de solera que jalonan esta preciosa aldea.

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