Existe un sentimiento, difícil de definir, pero que solo los viajeros sentimos. Esa sensación de encontrar joyas del patrimonio natural o industrial que, a pesar de ser bien conocidas, dan una punzada de adrenalina a los ojos más curiosos. Algo así es lo que se vive en el entorno de la mina de Arnao, en Castrillón, en plena Comarca de Avilés.
La que fue la primera mina de carbón mineral en la península muestra desde 2007, tras una larga labor de restauración, sus entresijos más sagrados. La oscuridad del tajo, el sentimiento del pueblo obrero y el salitre inundando las galerías. Difícil no emocionarse.
El carbón, esa piedra filosofal única
Alejado del bullicio de la cercana playa de Salinas, donde surferos y turistas inundan los chiringuitos y restaurantes con estrella, el valle de Arnao parece querer pasar desapercibido. Y no se confundan, quizás esta zona de Asturias no sería nada sin esta tímida aldea.
De aquel pueblo de labranza y ganaderías poco queda. Tampoco del más industrial. Nos trasladamos a finales del siglo XVI cuando, por pura serindipia -como la de otras tantas explotaciones-, Fray Agustín Montero descubrió una misteriosa piedra oscura y quebradiza. Poco sabía el fraile que, tras pedir el permiso de explotación al rey Felipe II, habría dado el pistoletazo de salida a la primera mina de toda la península.
Hubo que esperar hasta el siglo XIX, con la llegada de los belgas, para que esta explotación se convirtiese en lo que hoy -casi- podemos ver.
Una industria, a imagen y semejanza de las grandes factorías belgas, que se inspiraba en la arquitectura de los de Lieja. Así, el castillete de Arnao parece desde la distancia una suerte de iglesia. Y puede que en su corazón se cree el Milagro.
Descender por el primer pozo vertical de España también atemoriza hoy en día. Sus galerías, que han sufrido un vasto trabajo de remodelación para ser aptas para las visitas, conservan la esencia de esa minería ruda, tosca y que tanto beneficios trajo a Asturias. También desgracias, pero eso queda para otros capítulos.
Arnao, la otra "aldea perdida"
Hoy en día, los turistas y locales disfrutan del arenal de Arnao ajenos a su importancia ecológica y geológica. Su Bandera Azul ondea sin complejos mientras las hordas de turistas se asoman, fascinados, al Cantábrico.
No es para menos, esta es la única mina submarina de toda Europa que se puede visitar en la actualidad. Pero uno no puede parar de pensar en la obra de Armando Palacio Valdés, La Aldea Perdida, y de como la industria cambió la imagen de este valle. Un rincón que vivió en la abundancia y que hoy atesora recuerdos.
Pagaríamos por ver el día a día de Arnao. La dureza y humildad de los mineros contrastaría con la riqueza de los puestos intermedios, así como la casa del director -o como se conoce, la casona del director-. Levantada en 1880, es un símbolo decadente de la prosperidad de Castrillón.
La población de Arnao podría decirse privilegiada. Ese desconocido hasta la fecha paternalismo industrial que se había instaurado en el valle, daba una calidad de vida que nadie se habría imaginado hasta la fecha. ¿Para muestra? El servicio del economato, donde la mujer adquirió un interesante papel, así como el hospitalillo y las escuelas.
En su trasera encontramos unos restaurados mosaicos, tablas y mapas que sirvieron para que los niños y niñas de la zona pudieran acceder a la educación. Un bien sumamente privilegiado si entendemos el contexto social.
Mirador al Cantábrico
El bullicio económico y social se quedó mudo a comienzos del siglo XX. A la situación socio-política mundial se unió la fuerza del Cantábrico.
Con aparente serenidad, las grietas y filtraciones fueron inundando las diversas galerías hasta provocar el colapso y abandono de la explotación. El salitre sería testigo mudo de las historias, anécdotas y curiosidades que esas hermosas galerías salvaguardan.
Hoy en día, los viajeros más curiosos podrán disfrutar de la mina, con la bajada a parte de las galerías originales, así como del propio centro de interpretación. Observarán, de primera mano, el hermoso castillete de madera –declarado Bien de Interés Cultural- con su cubierta de zinc.
Ya no se habla francés y flamenco en el cercano pueblo de Arnao. Las casas de los obreros se han restaurado, dejando preciosas balconadas con geranios. El rumor de la mina no se oye y el Cantábrico ha recuperado lo que siempre fue suyo.
Está claro que Armando Palacio Valdés, cuyos restos descansan en el espectacular cementerio de La Carriona, encontraría en estos lares una enorme fuente de inspiración.
¿Necesitas completar tu experiencia de viaje? Aquí te dejamos el enlace a la web del museo, así como sus tarifas y horarios. Podrás realizar la visita al museo de manera libre, o disfrutar del descenso a las galerías con guía profesional.