Mochila de Cromo

10 anécdotas de viaje: sin dinero, momentos que siempre recordaré, perdernos…

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Seguro que a todas y todos nos ha pasado. Hay veces que en nuestras escapadas, a pesar de estar conociendo lugares nuevos, disfrutando de vistas espectulares y viviendo anécdotas para recordar, hay momentos especiales que se quedan en la mente y que dan sentido a este hobby nuestro que es viajar. Si quieres conocer los momentos en los que he disfrutado plenamente del viaje, recoge tu Mochila de Cromo porque comenzamos… ¡ya!

Y es que, como os digo, la mayoría de las escapadas se convierten en auténticas experiencias para recordar: conozco otros lugares, te sientes parte como un local, disfrutas nuevos sabores y aprovecho a tomar alguna foto para luego contároslo todo en este blog.

Pero hay momentos que, como decimos los asturianos, son realmente prestosos. Instantes donde te paras a observar a tu alrededor y te das cuenta lo lejos que has llegado. Momentos en que el tiempo parece deternerse y todo se centra en una buena taza de café mientras fuera hace frío. Momentos en los que, como un crío pequeño, te quedas embobado con las luces de la ciudad o ese atardecer que ya no sé te borrará de la mente.

Por todo ello, hoy quiero traeros diez momentos en los que realmente he disfrutado y que, en realidad, nunca os he contado. Es otra forma de que me conozcáis un poquito más (si aún no has leído mi artículo sobre el por qué del blog te lo dejo aquí) y que juntos podamos contarnos nuestras experiencias especiales y anécdotas de viaje.

Pensar que nos chocamos contra el monumento a Scott, Edimburgo

Cuando nos escapamos a Edimburgo tuvimos la suerte de visitarlo cuando se abrían los mercadillos navideños. En concreto, la ciudad cuenta con una enorme villa navideña en los Princes Street Gardens, donde el aroma del vino caliente se mezcla al de las salchichas y la canela.

Como si de una feria se tratase, cuenta con una zona de atracciones con una noria, un tiovivo… y una especie de lanzadera. La verdad es que desconozco como se llama pero la idea de volver al lado del monumento a Scott, con el frío y el viento azotando en la cara, y una sensación de nula seguridad al notar como podrías volcar en cualquier momento debería haberme echado para atrás. Pero ahí estaba… cinco, diez, ¿veinte? No lo sé, pero debo reconocer que el pico de adrenalina lo tuve. ¿Repetiría? No ¿Lo recomiendo? Es algo que vas a poder contar siempre.

No tengo imagen desde arriba, pero era esto (YouTube)

Acabar en el hotel cenando porque no había masas de pizza, Ámsterdam

La verdad es que las opciones de alojamiento y gastronomía en Ámsterdam, y en cualquier capital europea, son enormes. El caso es que, dado que llevábamos muchos kilómetros encima, decidimos volver al hotel, ducharnos y descansar unos minutos antes de volver a salir para buscar un sitio donde cenar.

El problema vino cuando nos pegamos una mini-siesta y, claro, tocaba salir a cenar a una hora que, si bien en España sería de lo más normal, en Holanda ya no tanto. Nuestro alojamiento estaba en una zona residencial, moderna, con multitud de tiendas y supermercados pero, por lo que fuera, no había restaurantes en la zona o, los que había, estaban cerrados.

Después de comprar unos pastelitos en un supermercado vegano abierto a esas horas (ni idea por qué, solo que nos clavaron una buena), decidimos que lo mejor y más práctico sería ir a cenar al Domino’s que Maps nos decía que estaba cerca. ¡Bien! Estaba abierto… miramos la carta y nos ponemos en el mostrador a pedir cuando, de repente, nos dice la chica que toma los pedidos que si es pizza se han quedado sin bases. ¿Cómo que sin bases? ¿será que mi inglés no me permite entender lo que quiere decir? Pero no, no, que no había bases en el Domino’s. Total, la cena fue una especie de snack relleno de dulce de manzana vegano y unos croissants, en la habitación del hotel.

Perder un vuelo en conexión por un fallo en un ala del avión, Ibiza

Los últimos vuelos han sido, en realidad, bastante accidentados. En este caso, nuestro vuelo procedente de Múnich debía llegar al aeropuerto de Palma y, desde ahí, con unas tres horas de margen, tomar el que se dirigía hacia Bilbao.

El primer vuelo estaba operado por Laudamotion, filial de Ryanair. A pesar de que había algo de viento, pensamos que no habría mayor problema para aterrizar en la isla cuando, por megafonía, se nos indica que debido a las malas condiciones, inetntaremos hacer el aterizaje pero que, sino, buscaríamos un aeropuerto cercano alternativo.

Cuando estábamos sobrevolando Mallorca, en círculos, y llevábamos como cinco vueltas, notamos que el avión no toma la dirección habitual sino que cambia el rumbo. Nos vamos hacia el aeropuerto de Ibiza.

Lo que hubiera sido simplemente aterrizar en un aeropuerto diferente a la espera de que las condiciones mejorasen se convirtió, de repente, en que nuestro avión tenía un fallo mecánico en el ala derecha. Se nos había dicho que era por las condiciones y los vuelos, consultados en las páginas del aeropuerto, Aena y de estado de vuelos, aparecía que estaban aterrizando.

Después de mucho negociar, consultar alternativas desde Ibiza hacia Bilbao para esa misma tarde-noche, y pedir por favor que abriesen las puertas para dejarnos salir (nuestra conexión en Palma estaba perdida, no íbamos a pasar la noche allí, y al día siguiente debía ir al trabajo), nos permitieron bajar y quedarnos en el aeropuerto. Cuando me vi en el mítico bus del aeropuerto que conecta terminales, compré rápidamente los billetes con Vueling del IBZ-BIO, y no fue hasta que toqué tierra vasca que respiré tranquilo.

Me metí a eso de las 3 de la mañana en la cama, agotado (más por los nervios que en sí el viaje), después de estar conociendo las Baleares de una forma diferente… y con el despertador a las 7:45. Al día siguiente, en clase, las explicaciones fueron desde la silla.

Un capuccino junto a la Sirenita, Copenhague

No os puedo mentir: Copenhague es mi ciudad favorita (o, al menos, una de las tres más especiales que he visitado) por lo que no podría faltar un momento de relax y tranquilidad en ella. Y es que, aunque Copenhague tiene multitud de lugares y rincones con encanto, a veces hay momentos que lo más simple es lo que más recordamos.

Justo al lado de la escultura de la Sirenita había un puesto de café (no el típico kiosko, era más bien una moto tuneada con un servicio de agua caliente). Y a pesar de que el presupuesto cuando visitamos la capital danesa fue algo ajustado, nos concedimos caprichos tan simples (y caros, no os penséis… Copenhague es bastante cara) como un café que, la verdad, nos vino genial. Calentito, con el frío que hacía ese día en la ciudad, no había nada más reconfortante.

Cuando nos metieron en un vuelo chárter obsoleto, Estocolmo

Nuestra última experiencia con Norwegian no fue buena. Pero nada buena. El regreso desde Estocolmo hacia Madrid lo hacíamos con la compañía noruega pero, unos días antes, se nos informa de un cambio en la hora del vuelo (unos quince minutos más tarde de lo previsto inicialmente) y un cambio en el vuelo que significa volar con Air Mediterranean.

La verdad es que no le di importancia hasta que vi el avión delante. Si bien es cierto que por fuera no parecía que hubiese nada extraño, en su interior era toda una caja de sorpresas. Esta compañía opera vuelos chárter entre Grecia, Chipre y Oriente Medio, y las características que ofrecía, para un vuelo de casi cuatro horas, no eran precisamente las más dignas.

Asientos incómodos, sucios, con porquería que más recordaba a un bus búho nocturno que a un vuelo, con un personal bastante desagradable y antipático, así como unos baños con manchas y marcas, donde la desinfección brillaba por su ausencia. ¡Ah! Y por cierto, el servicio de wifi (uno de los motivos por lo que decidimos volar con Norwegian) obviamente no estaba disponible (bastante tenía aquello con volar y llegar con combustible a Barajas).

Esperando por nuestro vuelo en Arlanda

Fenómeno paranormal en el Mirador del Duque, Galicia

Os pongo en situación: Ribeira Sacra y puente de Todos los Santos. Tanto nuestro hotel como los comercios de la zona están con decoración típica de la época: fantasmas, calabazas y alguna ingeniosa tumba.

El primer día que llegamos, y antes de descansar en el hotel y bajar a cenar, decidimos explorar un poquito la zona para, al día siguiente, comenzar a tope. Por casualidad, dimos con el mirador del Duque, en una curva de la carretera.

La tomamos y nos metimos por un camino de gravilla, en pleno monte, rodeados de bosques increíblemente tupidos (me imagino que son plantaciones para uso forestal) donde veías el principio pero pronto se hacía la oscuridad. Justo en mitad de ese camino, de la que íbamos, nos encontramos un coche blanco, del año la polca, cerrado (aparentemente) sin nadie alrededor (que hayamos visto… tampoco había mucho donde perderse) y con algunos juguetes junto a la puerta.

A la vuelta, el coche no estaba (y no estuvimos tanto tiempo como para que pudiera llegar una familia, recoger todo e irse), por lo que nos entró un poco el yu-yu porque al menos, la imagen anterior, parecía de película de terror. Y si había una familia por los alrededores, ¿cómo se metían en un bosque sin ningún tipo de sendero y con una oscuridad donde apenas veías lo que tenías delante? No sé, muy extraño.

Conocer un auténtico glaciar noruego, Bergen

En nuestra excursión, desde Bergen, por los fiordos noruegos, tuvimos la oportunidad de descubrir este rincón del planeta que nos dejó sin palabras. Ya te hablé sobre nuestra experiencia aquí (qué incluye, precios, horario…) pero lo que nunca os he contado es que realmente tuve momentos que me dejaron sin palabras y que hicieron que la experiencia noruega cobrase sentido.

Si el día anterior había llegado agotado debido al tren nocturno desde Oslo (sin apenas dormir), la salida a primera hora de la mañana desde el puerto de Bergen no me costó en absoluto, dado que sabía que realizaría una excursión insólita y poco turística, con la oportunidad de descubrir unos parajes que, a día de hoy, no puedo olvidar.

Uno de esos momentos prestosos fue, sin duda, durante el ferry que partía de Bergen y llegaba hasta Balestrand (también desde ahí se toman las salidas hacia el famoso Flam). Este ferry, que contaba con cafetería y servicios, así como una planta superior panorámica desde donde tomar impresionantes instantáneas, fue el punto de partida ideal para nuestra excursión. Recuerdo con especial cariño la situación y es que, a pesar de que no podía gastar demasiado (fue un auténtico viaje mochilero, primer o segundo año de carrera) si que me pedí un café en el bar del barco, acompañándolo con las ríquisimas galletas de vainilla compradas en el super al lado del hostel, con esos paisajes delante y sonando High by the beach, de Lana del Rey. Momentos únicos.

Subir al Top of the Rock en el Rockefeller Center, Nueva York

Quizás este sea uno de los viajes más desconocidos para vosotros. En el blog, de hecho, jamás os he contado que he estado en Nueva York… ¡durante dos semanas! Aún me siento afortunado por haber podido vivir la experiencia de un intercambio cuando estaba en el colegio y con solo 17 años conocer la Gran Manzana.

Con todo ello, una de las cosas que más me impresionó fue el ascensor que sube a lo alto del Rockefeller Center, uno de los rascacielos más emblemáticos de la ciudad (con permiso del Empire State). Aunque no es panorámico, ofrece un efecto psicodélico ya que una vez entras (es un ascensor normal y corriente) las luces se apagan y el techo te permite ver cómo sube el ascensor, mientras se proyectan imágenes de la historia más icónica de la ciudad.

Perderme en el Upper East Side, Nueva York

No nos vamos de Nueva York tan rápido. Quizás este momento más que de tranquilidad se convirtió en algo un poquito caótico pero para mi, como chaval, fue toda una aventura.

Nuestro colegio (al que apenas íbamos, también es verdad) estaba en el Upper East Side, una de las zonas más ricas de la ciudad, con los edificios que todos hemos visto en el cine y con multitud de museos y cosas para visitar. El caso es que, empecé a caminar con mi amiga Ire por el barrio, sin tener muy claro a dónde ir y qué hacer (no, no había Google maps, y si lo había nosotros aún no lo conocíamos). Acabamos entrando en una tienda de la firma francesa L’Occitane y salimos escopetados al ver los precios y, como no había ningún sitio para tomar algo (eran todo boutiques y tiendas de joyería de alta gama), acabamos en un café Europa en una esquina, con las pintas del pseudo-uniforme del colegio (simplemente debíamos ir arreglados con chinos, zapatos y demás) y haciendo, en definitiva, el tonto por la Gran Manzana; pocos pueden decir eso. Como anécdota, más si cabe, nos fundimos el dinero que llevábamos en el Apple Store (de aquella, para comprarnos el iPod Shuffle, verde en concreto) y unos españoles nos querían pagar la comida en el café al oírnos hablar que no podíamos pedir unos sándwiches concretos.

Descubrir los baños subterráneos de Alexanderplatz, Berlín

La escapada a Berlín fue del todo low-cost. Si la ciudad de por sí es barata, pudimos hacer muchas cosas a poco precio. Por eso, y aprovechando nuestra visita al comienzo del período navideño, decidimos visitar uno de los mercados navideños más importantes: el de Alexanderplatz.

En sí el mercado navideño tiene mucho encanto pero, como llevábamos muchos kilómetros a nuestras espaldas, la madre naturaleza dijo que era buen momento de ir al baño. A sabiendas que los baños en Alemania, seas o no cliente del restaurante, bar o comercio, tienen un coste, encontramos por casualidad unos baños subterráneos en plena Alexanderplatz. ¿El precio? 50 céntimos, como en casi todos los sitios, pero lo que más sorprendió fue el concepto y que lo que parecía una boca de metro en realidad fuesen aseos públicos.

Y para vosotros, ¿cuáles son los recuerdos más memorables? Esos que si bien no tienen nada especial para el resto, a ti te sacan una sonrisa o no te los quitas de la cabeza y se convierten en anécdotas del viaje. Te leo en el apartado Comentarios que encontrarás más abajo.

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